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Universidad de Chile

María Olivia Mönckeberg

Discurso Agradecimiento Premio Nacional de Periodismo 2009

Discurso Agradecimiento Premio Nacional de Periodismo 2009

Estimada Presidenta de la República, Michelle Bachelet; estimada ministra de Educación, Mónica Jiménez; estimada Paulina Urrutia, ministra de Cultura, estimada Pilar Armanet, ministra Secretaria General de Gobierno; señores rectores de las universidades que están presentes, estimado Rector de la Universidad de Chile y vicepresidente del Consejo de Rectores, colegas Premios Nacionales 2009, amigos periodistas y otros amigos de toda la vida; familia y familiares de los otros Premios Nacionales.  

Primero que nada muchas gracias por este Premio a este jurado que lo determinó y que está a aquí presente. Y muchas gracias a todos los que de una u otra forma han contribuido a ser lo que soy hoy día, desde mis padres hasta mis nietos, algunos de los cuales están aquí esta mañana. 

Es una situación extraña e indescriptible la que he vivido desde que la ministra Mónica Jiménez, aquella mañana del 25 de agosto, me comunicara que era la Premio Nacional de Periodismo 2009. A ello se agregó el respaldo que significa el reconocimiento a través de los saludos y abrazos que, recibí desde los primeros instantes, de tantos y tantos amigos y conocidos de todos mis tiempos.  

Han cobrado vida en este periodo las imágenes de los años de estudiante allá en la Universidad Católica; de los primeros tiempos de periodista, poco antes del golpe militar que cambió la vida de nuestro país; la de muchos amigos que participaron en los equipos de la revista Debate Universitario de la U.Católica; de Ercilla, Hoy, Análisis y los demás medios opositores a la dictadura, hoy desaparecidos. Allí tratábamos de contar lo que ocurría mientras buscábamos conquistar la democracia.  

Han vuelto también los momentos de estupor y dolor; de persecución, clausura y amenazas; el asesinato de Pepe Carrasco, nuestro amigo y editor internacional de la revista Análisis. Las tantas reuniones -muchas veces clandestinas-; las marchas del Colegio de periodistas por la libertad de expresión, la justicia y la democracia; el trabajo en el diario La Época, las colaboraciones con el Fortín Mapocho, la cobertura de esas grandes protestas nacionales que nos acercaron a la reconquista de la democracia. Como no recordar junto a muchos académicos de la Universidad de Chile, con quienes me encuentro hoy día, aquella legendaria lucha contra el rector delegado José Luis Federici, quien por aquellos años ‘80 intentaba destruir la Universidad de Chile. El plebiscito del ’88; tanto y tanto caminar hasta llegar a hoy; tanto y tanto recuerdo…También una cuota de nostalgia, parte de una historia y de una trayectoria que es la que resultó destacada con este gran Premio Nacional. Gracias nuevamente a todos los colegas y amigos que contribuyeron a que ello fuera posible. 

Junto con agradecer quisiera contarles que el Premio Nacional de Periodismo me ha llegado en un momento muy especial: cuando estaba terminando la investigación -que contó con el apoyo de un fondo concursable del Fondo del Libro y la Lectura- sobre Los Magnates de la Prensa en Chile, que habla sobre la concentración de los medios de comunicación en el país. Este libro de periodismo de investigación, que presenté en noviembre, ha sido tanto o más censurado por la prensa convencional que mis libros anteriores sobre la privatización de las universidades o sobre el negocio de la educación superior, por lo que no ha sido sorpresivo este silencio; lo esperaba lógicamente, porque es lo natural en un sistema de medios como el que se ha ido afianzando en el país.  

Lo anterior no es un asunto que sólo deba preocupar a los periodistas. Por eso esta mañana quiero compartir con ustedes, con usted Presidenta, con ustedes estimadas ministras, con los otros Premios Nacionales que son referentes, como bien ha dicho Mónica Jiménez, y con todos los amigos y autoridades que aquí están, la preocupación que me asiste sobre las condiciones en que se desenvuelve el periodismo en Chile y la comunicación entre nosotros. A mi juicio, esta realidad requiere de acciones decididas de toda la sociedad -que lamentablemente se ha mostrado indiferente-, porque estamos transitando por un camino que incluso podría poner en peligro la propia democracia. 

He señalado en Los Magnates de la Prensa que Chile es un caso de laboratorio en materia de concentración de medios. Para muchos de ustedes quizás esto no sea algo nuevo, pero para mi es necesario subrayarlo porque estoy convencida de que esto afecta profundamente nuestra convivencia social. Muchos de los problemas que tenemos hoy, la falta de debate sobre temas cruciales, esta relacionado con esto.  

Cuando nos aprestamos a celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia podemos constatar que los diarios responden a los intereses de influyentes grupos económicos de derecha, más preocupados por consolidar sus ganancias y proyectar sus ideas que por informar con mirada amplia y generar comunicación entre la ciudadanía. En este escenario lamentablemente los periodistas no puedan cumplir con ese rol de bien público, que nos dice el artículo primero el Código de Etica de los periodistas de Chile.  

Este fenómeno de concentración lamentablemente se ha extendido a lo largo del territorio nacional, dejando en la mayoría de las regiones, a sus habitantes y a sus organizaciones, sin expresión y voz propia. El acceso a la información, el rol fiscalizador de la prensa, la libertad de expresión y opinión de los ciudadanos se ven condicionados y amarrados así a otros intereses. Muchas veces ese público lector, auditor o telespectador no está siquiera consciente de lo que ocurre, porque los velos y las cortinas de silencio que imponen los medios ocultan lo que sucede en los Chiles fragmentados de hoy.

En la mayoría de los casos los dueños de los medios constituyen importantes grupos económicos, entrelazados con otros de similar influencia y poder. A ellos se suman los avisadores que invierten en publicidad en entidades afines a su modo de pensar. Se levanta así un cerco de marcado corte ideológico financiero, que incomunica a los habitantes del país, cercenando la posibilidad de establecer un verdadero debate social sobre los asuntos y los problemas que nos afectan a todos. Muchas veces he pensado si el distanciamiento de los jóvenes a lo política, por ejemplo, no tiene mucho que ver con esto.  

Esta situación especialmente crítica, en una economía tan concentrada como la chilena, deja a los dueños de los medios como amos y señores de la información, con “el sartén por el mango” en el momento de determinar los temas de interés general, lo que se debe decir y lo que hay que omitir, las personas que pueden ser escuchadas o entrevistadas y aquellas que están en “listas negras” -porque existen listas negras en Chile-, o simplemente no interesan ciertos actores sociales.  

La falta de pluralidad constituye así no sólo una traba para la expresión libre y discusión a fondo de temas críticos para la sociedad sobre problemas que afectan a la población, sino que se levanta como un obstáculo para la profundización de la democracia, para lograr una mayor justicia social y para construir una sociedad inclusiva y no excluyente. 

A mi modo de ver, la concentración de los medios y la influencia desproporcionada de quienes los manejan en la formación de opinión pública han ido configurando un escenario donde tienen cabida preferencial las voces que están de acuerdo con sus puntos de vista o que son funcionales a la concentración de un orden de cosas favorables al modelo económico social y político impuesto en dictadura y que se ha tratado de ir salvando.  

Sin ir mas lejos lo que se ha dicho en estos últimos meses a propósito de la campaña presidencial es una demostración evidente, a mi juicio, de lo que ocurre. Es cierto que no existen formulas mágicas para mejorar esta situación, pero peor sería no hacer nada y dejar que el mercado, más que imperfecto de las comunicaciones en Chile siga haciendo lo suyo.  

Un Estado más fuerte, como en otros planos de la vida nacional, que sea capaz de regular la concentración y abrir la posibilidad a expresión de la diversidad de voces que forman el país, parece ser una de las necesidades urgentes si que quiere derribar los muros de incomunicación. Si no se fortalece el rol del Estado en esta área se corre el riesgo de hacer sucumbir la propia democracia.  

Mucho más podría comentarles, pero por ahora sólo me resta decir que en este contexto es aún más valioso para mí este Premio Nacional, que me da renovadas fuerzas y energías para seguir tratando de romper estas mordazas, para seguir investigando sobre el poder en Chile. Espero continuar haciendo periodismo a mi manera, a través de investigaciones que se convierten en libros y que a pesar de las censuras y a pesar de los silencios llegan a ser leídos. Continuaré desarrollando, asimismo mi trabajo académico en la Universidad de Chile, en el Instituto de la Comunicación e Imagen, donde tratamos justamente de hacer todo lo posible por romper estos cercos y establecer instancias de información, reflexión, formación y debate. Desde ahí esperamos, en la principal universidad pública, seguir aportando a la construcción de nuestra sociedad junto a las generaciones jóvenes en busca de espacios de comunicación más amplios, en busca de una sociedad mejor. 

Gracias nuevamente estimados miembros del jurado, gracias ministra de Educación, gracias Presidenta por haber compartido este momento, gracias a todos por haber escuchado estas inquietudes que quise expresar al recibir el Premio Nacional de Periodismo. 

     Santiago, 29 de diciembre de 2009